|| Ramón Guillermo Aveledo
“No, no me arrepiento de nada” cantó Edith Piaf en 1956 en uno de los regresos. La proclama que le escribieron Vaucaire y Dumont se explica en aquella vida accidentada de luces y sombras que vivió aquella mujer pequeña de voz inmensa llamada “El Gorrión de París”.
Si de recomendaciones musicales hablara con algún dirigente político o dirigente política, tampoco es que me empeñaría en “La Vida en Rosa” otro gran éxito de Piaf, pero antes que la inmortal canción contra reconocer errores y buscar corregirlos, optaría más bien por la gaita “Sin rencor” de Neguito Borjas y el Gran Coquivacoa. En las cuestiones de la vida pública, con sus ásperos debates, sus duras circunstancias, sus subidas y sus bajadas, es mil veces preferible andar ligero de equipaje en materia de rencores porque el resentimiento es tóxico para el resentido tanto o más que para el blanco de sus malquerencias. Por otra parte, una tenaz negación a la autocrítica, normalmente lleva tarde o temprano a fracasos, frustraciones, amarguras y sufrimientos, con consecuencias en el pueblo que se aspira liderar.
No abundan en nuestro país las autocríticas. En la variada esfera de nuestros presidentes, destaca por raro el arrepentimiento de José Antonio Páez, héroe militar de verdad, político que bregando con sus limitaciones y las del país, se empeñó en propiciar luego de la guerra de Independencia, un proyecto de república con libertades, legalidad y prosperidad.
Al final de su autobiografía, reconoce su error al prolongar su participación política “Termino pues la historia de mi vida donde debió haber acabado mi carrera pública”. Volver solo le valió nuevos inconvenientes y desengaños. “Mi propio naufragio habrá señalado a mis conciudadanos los escollos que deben evitar”.
Si algo admiro en Teodoro Petkoff, con quien compartí sincera amistad a pesar de nuestras diferencias, es su coraje para aceptar equivocaciones y su empeño en corregirlas. No solo en libros notables como Socialismo para Venezuela o Proceso a la Izquierda, sino en su práctica de político y gobernante. Su ejemplo es lección a la mano.
Los políticos venezolanos de hoy, en el poder o fuera y frente a él, no tenemos derecho a pretender infalibilidad ni razones para negarnos a la autocrítica. Presumir de contumacia es grotesco y muy dañino a los venezolanos y su futuro. Al contrario ¡Es tanto lo que debemos corregir! Si mucho va mal, mucho hay que cambiar. Y no hay cambio sin cambio en nosotros.