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jueves 21, agosto 2025
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Venezuela fue el suelo fértil de una familia portuguesa

|| Mariángel Oyarvez

Fátima Da Costa contó la saga migratoria de su familia, que cruzó el atlántico para formarse y establecerse en el estado Aragua

Juan De Freitas nació en la idílica isla de Madeira, en Camacha, pero a los 30 años tomó la decisión de abandonar Europa. Portugal atravesaba una profunda crisis económica, marcada por la escasez de alimentos, la falta de empleo y las adversidades derivadas de la guerra.

Venezuela se presentó como un faro de esperanza. Juan dejó en su isla natal, a su esposa y a sus seis hijos: tres varones y tres hembras, explicó Fátima Da Costa, su nieta.

Al arribar a Venezuela, el abuelo De Freitas estableció un negocio de muebles de ratán, un oficio artesanal con profundas raíces en Portugal. Este emprendimiento, ubicado estratégicamente en la avenida Miranda de Maracay, diagonal a la actual Pastelería Suiza.

Fátima Da Costa contó el éxito económico que su abuelo cosechó en Maracay le permitió dar un paso significativo: enviar a sus tres hijos varones a estudiar a Estados Unidos, mientras que sus tres hijas permanecieron al cuidado de la abuela de Da Costa, María Concepción, en Portugal.

ECHAR RAÍCES A LOS CATORCE AÑOS

La siguiente pincelada de esta saga migratoria se sitúa a finales de los 60, cuando la doña Concepción, emprendió una visita a Venezuela junto a sus tres hijas, entre ellas la madre de Fátima, María Concepción Baptista. “En Portugal los hijos llevan primero el apellido de su mamá, por eso es que mi mamá era de apellido Baptista De Freitas” contó Fátima.

La travesía, realizada en barco, se extendió por siete largos días. Viajaron en tercera clase. Al pisar tierra venezolana, María Concepción, con apenas 14 años de edad tomó una determinación que cambiaría el curso de su existencia: quedarse en Venezuela.

Doña Baptista y las dos hermanas de María Concepción regresaron a Portugal por lo que en Maracay la joven se integró al negocio de muebles de ratán, trabajando junto a su padre. “Mi mamá me contaba que el idioma español siempre fue una lucha que le acompañó toda su vida». La madre de Fátima abrazó la cultura local. “Llegó a dominar la preparación de todos los platos típicos venezolanos” influenciada por las amigas de su padre.

EL VIAJERO SOLITARIO Y EL ENCUENTRO

La historia del padre de Fátima, Laurentino Da Costa, comenzó con una travesía en solitario. Arribó a Venezuela con 17 años de edad, sin tener a nadie esperándolo. Fue acogido por una persona que le ofreció trabajo.

Las dificultades marcaron sus primeros pasos: dormir en depósitos y enfrentar la barrera de un idioma que no dominaba, solo y lejos de su familia, configuraron un escenario más arduo que el de su compañera de vida. El destino los unió cuando Laurentino tenía 28 años y María 18.

Tras el matrimonio, el señor Da Costa se integró a la familia materna y se volcó en el sector de la construcción, como carpintero y maestro de obra en estructuras de madera, escaleras y encofrados.

Su pericia le abrió puertas en constructoras de renombre en Maracay, participando en proyectos como el edificio de Corpoindustria y luego su trabajo se centró en la empresa responsable de la construcción de la urbanización El Castaño, donde la pareja estableció su residencia, en una propiedad que don Juan Freitas había adquirido.  Ambos consiguieron la cédula de identidad venezolana y la doble nacionalidad, manteniendo su origen portugués por nacimiento.

Matrimonio en la Catedral de Maracay el 06 de julio de 1968
Matrimonio en la Catedral de Maracay el 06 de julio de 1968

EL LEGADO FORJADO EN VENEZUELA

Premio del señor Laurentino Da Costa por jugar fútbol en la Casa Portuguesa
Premio del señor Laurentino Da Costa por jugar fútbol en la Casa Portuguesa

El afecto por Venezuela caló hondo en el corazón de ambos. Amaron esta tierra «tanto como a su país de nacimiento». María Concepción y Laurentino desempeñaron un papel activo en la vida parroquial de El Castaño, sirviendo como cuidadores y administradores de la iglesia. “Mi papá incluso fue presidente de la junta de la Asociación de Vecinos”.

A pesar de que la nostalgia por Portugal estaba presente, se mitigaba con la participación familiar en las actividades de la Casa Portuguesa de Maracay todos los domingos y sábados.

“Estoy muy orgullosa de ser venezolana con sangre portuguesa», dijo Fátima que tiene la doble nacionalidad, un privilegio que le transmitieron sus padres y que ella, a su vez, confirió a su hija.

Da Costa explicó que ser de ascendencia portuguesa significa no tener una gran familia consanguínea cerca. En su lugar, halló afecto en «tíos y abuelos de amor, no de sangre», personas venezolanas que adoptaron a su madre como hija.

Esta realidad le ha enseñado a valorar lazos forjados por elección, la fortaleza de las amistades y las familias escogidas. En esta narrativa entrelazada de trabajo arduo y afectos construidos, resaltó cómo Venezuela, con sus brazos abiertos, se convirtió en el suelo fértil donde una familia portuguesa echó raíces profundas.

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