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martes 26, agosto 2025
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Adriana Gnoato: Yo no me quiero ir de Venezuela

A los 79 años, una italiana arraigada en Venezuela no piensa en devolverse a su patria o dejar Maracay. Su vida refleja sacrificio y amor por el país que la acogió desde joven

||Mariángel Oyarvez

El Periodiquito cierra su mes aniversario con la historia de  Adriana Gnoato, una italiana de pura casta que llegó a «Tierra de Gracia» siendo una  niña con muchos sueños.  Esta amable y elegante dama, ya con 79 años de existencia, por mucho años llevó el timón del Hotel Bermúdez, una de las infraestructuras icónicas de la ciudad.

La «Nonna», como cariñosamente le llaman, confesó que no cambiaría «absolutamente nada» de su vida.  Llegó a Venezuela desde el norte de Italia con apenas 12 años, tras la Segunda Guerra Mundial, en busca de un futuro que su tierra natal, en medio del caos, no podía ofrecerle.

El ritmo de su trabajo en Venezuela le marcó. Ella misma reconoció que parte de sus problemas de salud recientes la obligaron a retirarse. «Las estás pagando todas», le dicen sus hijos, al recordarle sus largos esfuerzos en días de trabajo que parecían no terminar, pero de los que no se arrepiente.

INFLUENCIA MATRIARCAL

La fortaleza y la determinación que caracterizan a la «Nonna» tienen una fuente clara: su madre, María Bizzotto, que en paz descanse, fue quien, dos años antes que el resto de la familia, se arriesgó a cruzar el Atlántico sola en un barco. «La guerra en Italia era difícil, no había nada».

Su madre llegó a Venezuela, donde comenzó a trabajar cuidando niños en casa de una familia en la avenida Miranda de Maracay. «Mi mamá era la cabeza de la casa prácticamente. Mi papá era un buen hombre, pero conformista«, reveló doña Adriana, al resaltar la valentía de la señora Bizzotto para migrar por el bienestar de la familia.

La madre de esta dama fue tan determinada que, no sólo tomó la iniciativa de dejar el «viejo continente», sino que impulsó a su familia «a montar una carnicería en La Barraca», aprovechando que su hijo Mario Gnoato ya tenía experiencia como carnicero en Italia.

La Carnicería El 12, no solo les proporcionó sustento, sino que fue un pilar para el desarrollo económico de la ciudad y por años fue referencia de calidad y excelencia.  «La fuerza y las ganas de trabajar» que Adriana heredó de su madre fueron fundamentales en este emprendimiento, donde trabajó toda la familia Gnoato. Recordó que empezaron sin lujos, con lo necesario para vivir bien y con comodidad.

UN ENCUENTRO DE POR VIDA

La querida «Nonna» tomó un nuevo rumbo tras trabajar 10 años en la carnicería familiar.

A los 24 años, conoció a quien sería su esposo, Rino Truant. El encuentro tuvo lugar en el restaurante del Hotel Bermúdez, donde Rino era el administrador.

«Él me miraba y yo lo miraba. Él me miraba y yo lo miraba. Y ahí empezó la cosa», recordó doña Adriana con una sonrisa de ensueño. Se casaron un año después de ese intercambio de miradas.

Así era el restaurante del Hotel Bermúdez en sus inicios

Don Rino, también italiano, provenía de Friuli-Venecia Julia, una región colindante con Austria. La diferencia entre sus dialectos italianos era tan marcada que, de haberse conocido en su nación de origen, probablemente no se habrían entendido. Pero, en Maracay coincidieron con un lenguaje común que los acercó por el resto de la vida.

Rino y Adriana asumieron la gestión del restaurante y, a partir de 1980, tras la muerte del anterior propietario, tomaron las riendas de todo el Hotel Bermúdez.

Compraron el edificio en el año 2000. La gestión del hotel, al igual que la carnicería, fue un trabajo arduo.  «Hay que trabajar mucho, sin vacaciones, sin días libres, porque este es un negocio que nunca cierras sus puertas», enfatizó la nonnita.

La pareja, junto a seis empleados y más tarde sus propios hijos, dedicaron su vida al negocio.

Lamentablemente, Rino falleció a los 64 años, según lo que dicen sus allegados, el exceso de trabajo «le pasó factura». 

LAS TUMBAS EN ITALIA 

A pesar de haber nacido en Italia y de mantener un cariño especial al escuchar su himno nacional, la «Nonna» se siente «completamente venezolana». Llegó siendo niña y aquí ha vivido casi toda su vida desde 1958.

En Maracay formó su familia, tuvo seis hijos (tres varones y tres mujeres), quienes aunque también tienen doble nacionalidad, la mayoría vive en Venezuela.

Ha encontrado en los venezolanos a «muy buena gente, muy familiar» y nunca tuvo problemas, ni personales ni con los empleados. Una anécdota particularmente conmovedora revela la profundidad de su arraigo a la nación caribeña.

Su madre, en uno de sus viajes de vacaciones a Italia, compró cuatro nichos en el cementerio de su pueblo natal. La intención era clara: asegurar un lugar de descanso final para ella, su esposo y sus hijos. De hecho, tras fallecer en Maracay, tanto la señora María como don Amadío, padres de Adriana, fueron llevados a Italia para ser sepultados.

No obstante, la tumba de la señora de Truant quedará vacía. «Yo no me quiero ir de Venezuela».

SIN MIRAR ATRÁS

Hoy, retirada por motivos de salud, la «Nonna» puede vivir tranquila gracias al esfuerzo de toda una vida y a que sus hijos han continuado con el negocio familiar. Aunque reconoce que el ritmo de trabajo en este país  «es más frenético» y «quita vida», a ella no le importó «gastarla bien» construyendo un legado para sus hijos.

Su hermano Mario, ya mayor, regresó a Italia, pero Adriana permanece, firmemente anclada en está  «Tierra de Gracia».

UN SERIADO DE HONOR 

Con esta historia cerramos la serie especial «Tierra de Gracia», una campaña que El Periodiquito presentó en su 39 aniversario para honrar a quienes llegaron de otras latitudes para contribuir con esta nación.

En su vaivén, no solo encontraron un hogar, sino que también edificaron uno en los corazones de los venezolanos. Su legado perdura, recordándonos que la riqueza de esta nación reside en su gente diversa, cálida y acogedora, siempre lista para abrir sus brazos al mundo.

 

 

 

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