Miles de personas todavía se ven limitadas por la falta de acceso a servicios de internet fiables, sobre todo en zonas rurales y remotas. Ante este escenario, el proyecto Starlink, impulsado por la empresa estadounidense SpaceX y bajo la dirección de Elon Musk, busca transformar el acceso a la red a escala global.
El sistema ha mostrado un rápido crecimiento: el tráfico de datos gestionado por Starlink multiplicó su volumen por tres en 2024, según datos de Cloudflare y El Mundo, nivel alcanzado gracias al despliegue masivo de satélites.
El concepto central es simple: Starlink aspira a ofrecer internet de alta velocidad en cualquier punto del planeta, abarcando tanto grandes urbes como regiones a las que otros operadores no llegan.
La estrategia de expansión ha colocado a miles de satélites en órbita baja, configurando la mayor red satelital del mundo y abriendo oportunidades de conectividad para comunidades históricamente excluidas.
Cómo funciona la red de internet satelital de Starlink
Emplea una constelación de pequeños satélites que orbitan la Tierra a una altitud de aproximadamente 550 kilómetros. A diferencia de los tradicionales, que permanecen fijos sobre el ecuador a más de 35.000 kilómetros (posición geoestacionaria), los dispositivos de Starlink se desplazan en sincronía con la superficie del planeta, formando una red dinámica capaz de proporcionar cobertura a escala global.
También, la baja altitud de estos satélites tiene un efecto directo en la calidad del servicio. La latencia (el tiempo que tarda la señal en viajar desde el usuario a un servidor y regresar) disminuye drásticamente en comparación con los sistemas tradicionales.
Mientras los satélites geoestacionarios presentan retardos superiores a 600 milisegundos, Starlink registra niveles cercanos a los 25 milisegundos. Durante la fase beta en España, usuarios reportaron velocidades de entre 50 y 150 megabits por segundo, con una latencia de entre 20 y 40 milisegundos.
El aumento de dispositivos en órbita introduce nuevos riesgos. La congestión orbital, originada por la acumulación de miles de satélites, incrementa las probabilidades de colisión y la generación de escombros, lo que pone en peligro tanto a los propios satélites como a misiones tripuladas y sistemas de monitoreo ambiental.
Surgen interrogantes sobre el acceso y su regulación. El uso del espectro radioeléctrico, la privacidad de los datos y la soberanía digital de los países son debates activos que acompañan el avance de la red.
Uno de los desafíos más complejos es el impacto ambiental asociado con el aumento de satélites. Según una investigación de la Universidad del Sur de California, la desintegración de estos aparatos contribuye a la liberación de óxidos de aluminio en la atmósfera, compuestos que pueden dañar la capa de ozono terrestre.
Asimismo, el volumen de estos residuos creció ocho veces entre 2016 y 2022, según la investigación de la Escuela de Ingeniería Viterbi, un dato que revela la dimensión global del reto.
Con información de Infobae