La vida de los animales de compañía está marcada por cambios físicos, emocionales y conductuales que, si son comprendidos a tiempo, permiten mejorar significativamente su bienestar.
Conocer en profundidad cómo se desarrollan los perros y gatos a lo largo de sus vidas, qué señales indican que algo no va bien y cómo deben adaptarse sus rutinas alimenticias según su edad o estado de salud, es esencial para cuidarlos de forma integral. La clave está en observar, anticipar y actuar.
Los perros atraviesan etapas evolutivas bien definidas que determinan sus conductas. Desde su nacimiento hasta el primer mes de vida, son completamente dependientes: no ven ni oyen, y su única fuente de seguridad es su madre.
Luego, al comenzar a abrir los ojos y oídos, se inicia la socialización y el reconocimiento del entorno. Durante la adolescencia, la curiosidad domina: todo se huele, se toca, se muerde. Es una fase intensa, similar a la niñez humana.
Ya adultos, los perros suelen estabilizar sus comportamientos, aunque no abandonan el juego. Los machos pueden volverse más territoriales, mientras que las hembras entran en celo. En la vejez, las rutinas se vuelven cruciales, pues pierden flexibilidad para adaptarse a cambios. La calma, la previsibilidad y el acompañamiento son esenciales en esta etapa.
¿Cuándo comienza a cambiar el comportamiento de los perros por la edad?
Los cambios pueden notarse con claridad a partir de los siete años. La disminución de la energía, la aparición de dolencias articulares y la pérdida de agilidad son señales evidentes. Además, muchos perros desarrollan comportamientos más dependientes o, por el contrario, más retraídos.
Pueden mostrarse menos tolerantes a estímulos nuevos o ruidos. Reconocer estas transformaciones no solo permite brindar cuidados específicos, sino también anticipar y prevenir problemas de salud.
Cómo identificar un cambio inusual en el comportamiento de mi perro o gato
Los animales de compañía no siempre manifiestan malestar de forma evidente. Cambios en el apetito, el sueño, el uso del arenero o la conducta social pueden ser señales de alarma. Un perro que llora más, un gato que se aísla, o conductas agresivas o destructivas inesperadas merecen atención. También el exceso o falta de acicalamiento, o conductas compulsivas, pueden indicar estrés, dolor o enfermedad.
Ante cualquier cambio inusual persistente, lo más recomendable es consultar con un veterinario. La detección temprana es clave para mantener su salud y bienestar, especialmente en etapas de la vida en las que son más vulnerables.
Con información de Infobae