Ramón Guillermo Aveledo
Es un lugar común y una verdad que en la juventud está el futuro del país, así que nuestra esperanza de un futuro mejor estará indisolublemente ligada al presente de la juventud venezolana.
Nuestra población joven entre 15 y 29 años, se redujo en un millón de personas desde 2013. La emigración en busca de oportunidades impacta más en esas edades. La mitad de los cinco millones que se han ido, pertenece a ese grupo etario. De los que están aquí sólo uno de cada tres (37%) estudia o trabaja. ¿Qué hacen? ¿Cuáles son sus opciones?
Los datos son de Enjuve, la Encuesta Nacional de Juventud realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, cuya serie de estudios sociales Encovi sobre condiciones de vida de la población ha ganado tan merecido prestigio.
La educación universitaria es una opción de interés para el 45% de nuestros jóvenes. La cifra es reveladora de un cambio en los valores y aspiraciones sociales y merece mayor indagación para saber qué lo sustituye como modo de alcanzar mayores realización personal y acceso a nivel de vida. Nuestras universidades públicas han sufrido años de sañosa agresión, la educación a todos sus niveles padece el impacto de esta crisis tan profunda y prolongada. ¿Cuánto influye eso en los valores juveniles? ¿Cuáles son los modelos de éxito ante sus ojos? ¿Dónde quedó el viejo orgullo de padres y madres venezolanos “yo lo único que dejo a mis hijos es su educación”?
Acerca de las percepciones sobre el marco para la convivencia social que deben brindar la política y las instituciones, la Enjuve nos da una fuente de otros motivos de preocupación. De cada diez jóvenes, solamente cinco opinan que la democracia es el mejor sistema político. ¿Decepción?¿Desinterés? ¿Hastío? En cualquier caso, la democracia siempre es obra ciudadana desde abajo hasta arriba. No es una buena noticia para la dirigencia de los partidos, sea del gobierno o de la oposición, pero tampoco debería serlo para ningún venezolano.
Esos jóvenes no habían nacido o tenían siete años o menos en 1998.
La esperanza de una vida mejor es un derecho de todos, ciertamente, pero también implica deberes, porque para que se vayan acercando las realidades de la vida a nuestros deseos, hay que hacer muchas cosas entre todos. Empezando por los líderes políticos, sociales, económicos, comunicacionales, pero no sólo por ellos. Porque la democracia y la sociedad libre, próspera y justa que aspiramos y debemos merecer, es tarea común.