|| Ramón Guillermo Aveledo
Con motivo del crispado debate en la campaña electoral presidencial norteamericana, escuché a un historiador opinar que en el país se había perdido el sentido de propósito compartido. El fenómeno es estimulado en estos años por la figura polarizadora y pugnaz del candidato Republicano, tiene en los sectores denominados progresistas del Demócrata la contrapartida de intransigencias que no son sólo de forma, sino de fondo. Los consensos habituales en temas fundamentales se han reducido sustancialmente. No sorprende que el libro de Shapiro sobre aquel Senado donde grandes parlamentarios de los dos partidos mostraban valentía y conciencia de estadistas en tiempos de crisis, publicado en 2012, se refiera a una cámara de hace un cuarto de siglo.
Más recientemente en “Estados Nerviosos” de William Davies acerca de la democracia en la declinación de la razón, nos damos cuenta que en una sociedad donde cada vez predominan más las emociones, la democracia es desafiada. El crecimiento de los populismos en sociedades de institucionalidad frágil, se ve también en democracias avanzadas como Francia o el Reino Unido. En Alemania, el auge derechista extremo de la AfD se manifiesta principalmente en los estados del Este, hasta 1990 gobernados por el sistema totalitario del Partido Socialista Unido y de la omnipresente policía política “escudo y espada del partido”.
Es cierto que la calidad cainita del debate político contribuye a que asciendan los radicalismos, pero es obvio que el descontento no necesariamente se basa en el nivel de vida o el mal gobierno. Hasta en Suecia, aunque retrocedieran en la elección europea, la posición más extrema ha capturado una proporción significativa del electorado.
Si esto sucede en las sociedades más atractivas para emigrar, porque a nadie se le ocurre irse a Cuba o Corea del Norte ¿Qué podemos esperar de sociedades como la nuestra? Aquí, es política “de Estado”, porque éste y el partido se confunden, que todo el que discrepe es fascista, por reglas de terreno sedicioso y criminal. Postura que por reacción o convicción tiene su correlato en un segmento de oposición visceral que sin excluir cierto oportunismo, sospecha –o acusa- de traidor, artrópodo o vendido a cualquier opositor sincero que se atreva a no corear el relato inflexible.
El desvanecimiento del centro amenaza la existencia de la democracia y para el funcionamiento sano y las posibilidades de desarrollo de cualquier sociedad. Desarrollo que no es solo crecimiento económico que lo incluye, es el paso a un nivel más humano de vida.
Con la natural diversidad que el pluralismo reconoce y defiende, es necesario buscar consensos que posibiliten la convivencia. Consensos de libertad, respeto y reglas seguras para todos. Consensos relativos a la calidad de vida, el medio ambiente, las oportunidades. En política y más profundamente, en la vida cívica, el sentido común no es otra cosa que el sentido de lo común.