Vomitar después de una borrachera o resaca es la forma más natural que tiene el organismo de eliminar las sustancias nocivas ingeridas. Pero ¿cómo se produce? Y ¿es realmente una buena forma de recuperar la sobriedad? Le pedimos aclaraciones a Vittorio Gallo —especialista en Medicina Interna, Enfermedades Hepáticas y Metabólicas y Gastroenterología de la Clínica Sedes Sapientiae en Turín— para saber cómo regular el cuerpo en estos casos y ayudar a aquel amigo que definitivamente no somos nosotros.
“Las náuseas provocadas por el alcohol, más o menos acompañadas de ardor de estómago, están relacionadas principalmente con su toxicidad, que empuja al organismo a expulsarlo hasta el punto de vomitar en algunos casos. En realidad, depende mucho de la graduación de las bebidas ingeridas, de su cantidad, del hábito y también de la predisposición personal”. De hecho, hay incluso quien llega a marearse con el whisky sin sentir casi ninguna molestia, al menos en el momento. En cualquier caso: “Cuando el alcohol llega al estómago, reduce su mucosa protectora, provocando irritación e inflamación de las paredes”, explica Gallo.
PROS Y —SOBRE TODO— CONTRAS DE VOMITAR DESPUÉS DE UNA BORRACHERA
Entonces, ¿qué hacer? “Si la persona no siente náuseas, no hay que empujarla en absoluto al vómito, quizás a través del famoso café, porque de esta forma se corre el riesgo de sufrir daños mayores —como irritación del esófago— así como posibles lesiones. Además, el vómito inducido puede provocar una liberación excesiva de ácido clorhídrico, agravando la inflamación del estómago. Lo ideal, si es posible, es administrar una inyección de Plasil. De lo contrario, es mejor limitarse a vigilar la situación.
Si, por el contrario, el famoso amigo empieza a vomitar después de una borrachera, “no pasa nada”. Entre comillas, porque aquí también hay riesgos: “Durante la borrachera, cuando se pierde la lucidez —otros dicen que sale tu verdadera personalidad—, también se puede experimentar asfixia. O la inhalación de vómito que contiene ácido clorhídrico, que primero entra en la tráquea y luego en los pulmones, puede incluso desencadenar una grave neumonía ab ingestis que provoca fiebre alta y dificultades respiratorias”. Por último, “los fuertes espasmos pueden provocar la rotura de la unión entre el estómago y el esófago, lo que causa hemorragias y requiere cirugía”.
¿CUÁNDO HAY QUE ESTAR ALERTA?
Se trata de casos poco frecuentes, pero está claro que la situación merece cierta cautela. Volviendo a nuestro amigo: “Si pierde el sentido de la posición y del tiempo, ya no puede orientarse, tiene dolor de estómago, náuseas, tos y dificultades respiratorias, y si los vómitos no bastan para que se recupere, hay que llevarlo a urgencias”, prosigue Vittorio Gallo. Lo mismo se aplica, inmediatamente, si empieza a vomitar sangre, sobre todo de color rojo vivo, lo que sin duda es un signo alarmante”.
¿QUÉ HACER A CONTINUACIÓN?
Por regla general, sin embargo, al cabo de unas horas las náuseas cesan o disminuyen considerablemente. “Puede ser útil tomar medicamentos protectores del estómago, como Riopan, Maalox o Gaviscon, para reducir la producción y los daños causados por el ácido clorhídrico. Después, lo mejor es dormir —solo recuerda que el alcohol afecta la calidad del sueño—. Si la persona es joven y sana, no es necesario tomar precauciones especiales al día siguiente, porque “normalmente el hígado hace su trabajo, metaboliza el alcohol y la situación se resuelve en paz”.
Distinto, por supuesto, es el caso de quienes tienen problemas de salud. “En caso de patología gástrica crónica, por ejemplo —como una enfermedad de reflujo— es aconsejable, en cambio, iniciar una protección gástrica —si no está ya en marcha-: se consigue con inhibidores de la producción de ácido clorhídrico, como el omeprazol, el pantoprazol y el esomeprazol, que protegen el estómago de la agresión causada por el ácido clorhídrico, que ha sido agravada por el consumo de alcohol en los días anteriores”.
Con información de GQ