Aunque las bondades del ejercicio físico están respaldadas por décadas de evidencia científica, millones de personas continúan enfrentando una barrera emocional que dificulta sostener una rutina activa. La expectativa de alcanzar un cuerpo perfecto, las comparaciones constantes o la idea de que el entrenamiento debe ser extremo para ser efectivo, suelen desalentar antes de empezar. No obstante, una perspectiva distinta —centrada en la constancia más que en la perfección— puede transformar por completo la experiencia. En este marco, conocer ciertos principios puede ser clave para que la actividad física deje de ser una obligación y se convierta en un hábito sostenible y disfrutable.
Hay quienes entran al gimnasio esperando una transformación milagrosa: cuerpo perfecto, mente en paz, sonrisa de anuncio. Pero la realidad es otra. Hacer ejercicio, sobre todo al principio, puede ser incómodo, frustrante e incluso humillante.
1- No necesitas amar cada segundo del entrenamiento
La expectativa de disfrutar cada momento del entrenamiento es una trampa común. Según McGonigal, incluso los entrenamientos más gratificantes tienen momentos difíciles. “A veces el sentirse bien llega después, cuando te das cuenta de que persististe a pesar del cansancio”, dijo. Para ilustrar esto, compartió el ejemplo de su hermana, corredora habitual, quien aprendió a ver los tramos más duros de sus carreras como sus favoritos: ahí es donde se sentía más fuerte.
2-El impulso es más importante que la motivación
Esperar a sentirse motivado para hacer ejercicio es como esperar a tener ganas de lavar los platos: puede que nunca llegue el momento ideal. Para Robin Arzón, quien construyó su carrera motivando a otros a entrenar, la motivación no es suficiente. “La motivación es efímera”, advirtió durante el evento. En cambio, lo que realmente sostiene una práctica duradera es el impulso, lo que ella llama “proceso, hábito y agenda”.
Ese impulso no requiere inspiración, solo repetición. Según Arzón, lo importante no es hacerlo perfecto, sino simplemente hacerlo. “Prefiero ser mala corriendo que buena en el sofá”, afirmó, en una frase que resume la filosofía del esfuerzo por encima del rendimiento.
3-La comunidad transforma el ejercicio en conexión
Más allá del esfuerzo individual, el ejercicio tiene un componente social que suele pasar desapercibido. Kelly McGonigal explicó que al movernos en sincronía con otros —ya sea en una clase de Zumba o un grupo de running—, nuestros cerebros entran en lo que los neurocientíficos llaman “modo nosotros” (we mode en inglés). Es un estado neurológico en el que sentimos mayor confianza, cercanía y pertenencia.
Este fenómeno, lejos de ser abstracto, tiene un impacto real en la adherencia al hábito. Aquellos que entrenan en grupo tienden a sostener la actividad por más tiempo, reportan mayores niveles de disfrute y desarrollan vínculos emocionales más sólidos. En palabras de McGonigal, ese estado de conexión es “biológicamente real” y se percibe como una sensación compartida de propósito.
Robin Arzón también resaltó este punto: sentirse parte de algo más grande —un grupo, un equipo, una clase— puede ser el empujón emocional que muchos necesitan para comenzar y seguir. En tiempos de hiperindividualismo, el ejercicio compartido ofrece una ruta tangible hacia la comunidad.
Con información de Infobae