El café es una de las bebidas más populares del mundo, apreciada por su sabor, aroma y sus efectos estimulantes. Su gusto amargo y complejo proviene de compuestos como los ácidos clorogénicos y los aceites esenciales que se liberan al tostar el grano.
Pero más allá del sabor, lo que realmente hace del café una bebida tan querida es su capacidad para despertar el cuerpo y la mente. Esto se debe a la cafeína, una sustancia natural que actúa sobre el sistema nervioso central, bloqueando los receptores de adenosina, una molécula que nos hace sentir sueño.
Al hacerlo, aumenta la actividad de neurotransmisores como la dopamina y la norepinefrina, mejorando el estado de alerta, la concentración y el ánimo. Por eso, muchas personas inician su día con una taza de café: no solo es un placer sensorial, sino también un impulso de energía y motivación.
¿Cuándo tomarlo?
Un estudio publicado en el European Heart Journal en enero de este año, reveló que el consumo de café por la mañana se asocia con una menor incidencia de enfermedades cardiovasculares y una reducción en la mortalidad general.
La investigación, liderada por el Dr. Lu Qi de la Universidad de Tulane, analizó datos de 40.725 adultos estadounidenses recopilados entre 1999 y 2018. Los participantes informaron sobre sus hábitos alimenticios y de consumo de bebidas, incluyendo la cantidad y el momento del día en que tomaban café. Estos datos se vincularon con registros de mortalidad durante un seguimiento de nueve a diez años.
En contraste, aquellos que consumían café a lo largo del día no experimentaron reducciones significativas en estos riesgos. Los beneficios fueron más pronunciados en personas que bebían de dos a tres tazas por la mañana, aunque incluso una taza diaria mostró efectos positivos.
Una posible explicación es que el consumo de café por la tarde o noche puede alterar los ritmos circadianos y afectar negativamente factores como la presión arterial y la inflamación.