La epilepsia infantil es un trastorno neurológico caracterizado por la aparición de al menos dos convulsiones no provocadas por otra causa evidente, como fiebre alta o traumatismo craneal. Se produce por una actividad eléctrica anormal en el cerebro, que desencadena crisis recurrentes y puede afectar distintas funciones del organismo.
En el caso de los niños, se considera epilepsia cuando han experimentado dos o más convulsiones no causadas por otros factores como infecciones o desequilibrios metabólicos. En muchos casos, con el crecimiento y el tratamiento adecuado, los niños superan estas crisis y llevan una vida normal.
Síntomas principales
Las manifestaciones clínicas dependen del tipo de convulsión.
Crisis tónico‑clónicas generalizadas
Son movimientos bruscos e incontrolables de brazos y piernas, rigidez muscular, pérdida de conciencia y a veces pérdida del control de esfínteres o mordedura de lengua.
Crisis de ausencia
Breves interrupciones de la conciencia, mirada fija o parpadeo repetitivo, sin movimientos violentos, muy frecuentes y a menudo pasadas por alto por padres o maestros.
Crisis focales (parciales)
Pueden comenzar en una parte concreta del cerebro. Se acompañan de auras (sensaciones de déjà vu, cambios en la visión, olor, gusto, ansiedad o malestar estomacal), seguidas de síntomas motores limitados como espasmos, hormigueos o movimientos repetitivos.
Según un artículo de ABC, destaca como signos de alarma específicos a un descenso del rendimiento académico y ausencias sutiles que pueden pasar inadvertidas, así como episodios de pérdida brusca de conocimiento con mordedura de lengua o incontinencia urinaria o fecal.
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Qué tener en cuenta para controlarla o prevenirla
1. Diagnóstico precoz: clave para intervenir a tiempo. Un seguimiento estrecho entre pediatría y neurología infantil es fundamental para personalizar el tratamiento.
2. Tratamiento farmacológico: la mayoría de los niños pueden controlarse con antiepilépticos. Existen además tratamientos complementarios como la dieta cetogénica en casos resistentes, y algunas dietas específicas pueden ayudar según la etiología genética.
3. Hábitos saludables: dormir lo suficiente, evitar estrés, luces intermitentes o videogames excesivos (en epilepsia fotosensible) ayuda a reducir desencadenantes.
4. Educación y entorno: informar al colegio sobre el diagnóstico permite atención adecuada en caso de crisis y evita sobreprotección, fomentando la autonomía del niño.
5. Monitoreo y registro: documentar las crisis mediante vídeos o registros detallados ayuda al neurólogo a ajustar el tratamiento. Realizar EEG, análisis genéticos y neuroimagen cuando sea necesario, según indicación médica.