|| Ramón Guillermo Aveledo
¿Cuántas veces no escuchamos, o dijimos, “Yo no fui” ante la pregunta de la mamá o la maestra?
Sea Bart Simpson, el hijo travieso de 10 años de la familia de la serie animada televisada o Pedro
Fernández versionando la canción de Pedro Infante, “Yo no fui”, lo que hacen es repetir la excusa
exculpatoria más frecuente de todos los tiempos en cualquiera de los más de siete mil idiomas que
se hablan en el planeta Tierra.
Es cierto que puede ocurrir que la defensa sea válida y que, en efecto, el interpelado o sospechoso
no haya sido, pero también sabemos que muy frecuentemente se trata de un manido recurso para
no asumir personalmente una responsabilidad. Y casi tan repetido es echar la culpa a otros, lo que
en los días escolares podía valer el despectivo adjetivo de “acuseta” y en la calle el de “sapo”,
jerarquizado en el lenguaje oficial como “patriota cooperante”.
“Yo no fui” como fenómeno pasajero y superable se explica en niños, niñas o adolescentes. En
adultos es síntoma de inmadurez. Cuando un adulto se excusa por no haber hecho lo que le
corresponde o señala a otro, el pensamiento automático es “Parecen cosas de muchacho”, porque
no es de gente grande. En realidad, el problema es más complejo, porque hay personas que, de
verdad, creen que nunca son responsables de nada. Es lo que los psicólogos llaman locus de
control externo a la íntima convicción de que factores fuera de nuestro control o fuerzas externas
determinan el curso de nuestras vidas o los resultados de nuestras acciones u omisiones.
Tenemos “mala suerte” o se trata del destino o fue que alguien, generalmente mal intencionado o
mal intencionada, como las malas de las telenovelas, interviene para atravesarse en nuestros
planes. Quien cree en eso, vive rodeado de enemigos aviesos, malignos, siniestros, perversos,
retorcidos sin otro propósito ni ocupación en su vida que sabotear la de sus víctimas.
La historia nos muestra cómo fascistas, nacionalsocialistas y comunistas del socialismo real han
tenido hiperdesarrollado el locus de control externo. Nunca tienen la culpa de nada. Siempre son
víctimas que se defienden del ataque injusto, alevoso. La respuesta, siempre en “legítima defensa”
puede llegar a extremos como llamar Antifaschistischer Schutzwall, literalmente Muro de
Protección Antifascista, al infame Muro de Berlín que dividió la ciudad para impedir a los alemanes
del Este ir al Oeste. Es decir, los protegía de emigrar hacia esos oscuros parajes donde reinaban el
fascismo y el imperialismo.
Aquí sin caer en tentaciones wagnerianas, podrían poner vallas, pendones, avisos led en los
peajes, cuñas de TV, radio, Youtube, y todas las redes sociales con el niño Bart Simpson y una
pancarta “Yo no fui”. Como adelanto, Bart ya viene con franela roja.