|| Ramón Guillermo Aveledo
Siempre me es grato volver a la Ciudad Universitaria. En la “casa que vence la sombra” me formé como abogado y participé intensamente en la política estudiantil de aquellos años en los que la indiferencia era imposible. A los demócrata cristianos nos tocó la responsabilidad de defender la libertad y la constitución. Mi última tarea fue como representante de los estudiantes al Consejo de Facultad de Derecho junto a Javier Elichiguerra que era el consejero estudiantil de izquierda, en un cuerpo colegiado de altísimo nivel, muy exigente en la argumentación, donde aprendí mucho.
La vida universitaria la disfruté, aulas y debates aparte, en pasillos y cafetines, biblioteca y galería de arte, Sala de Conciertos y Aula Magna, estadios y jardín botánico. Allí me enamoré de la mujer con la que me casé y es mi esposa. Fui con mi hijo Guillermo Tell, egresado ucevista como su padre, su madre, su abuelo y su tatarabuelo paterno. Él, papá y un tiempo yo, hemos sido profesores allí, como mi tatarabuelo lo fue en varias escuelas, incluida la de Ingeniería de la que es Director fundador.
La semana pasada regresé a esos espacios, concretamente a la Sala E, ahora Sala Francisco de Miranda del gran edificio rojo de la Biblioteca Central. Como siempre, uno se emociona al escuchar al Orfeón cantar el himno de la Central, invitándonos “empujad hacia el alma la vida”. El motivo, acompañar en la ocasión de conferírsele el premio Alma Mater de la Asociación de Egresados y Amigos de la UCV a un gran universitario y gran venezolano, Alberto Arteaga Sánchez quien fue mi profesor de Derecho Penal general en segundo año de la carrera y ha sido consecuente amigo y ejemplo ciudadano a lo largo de mi vida y desde hace tres años he tenido el honor de ser su compañero en la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, corporación en la que su señera inteligencia y su decoro republicano siguen dictando cátedra.
Naturalmente, el profesor hizo el elogio y defensa de la universidad a la que tanto debemos y con 300 años encima “se pone su traje de moza”. Su palabra clara, docta y apasionada, no perdió la oportunidad para exponer la situación de su pasión dominante, la justicia. Virtud esencial en el Estado democrático de derecho y de justicia que dice la Constitución y aspiramos ser e ingrediente del futuro próspero y libre que queremos construir.
Con todos los problemas, el cerco, el acoso, la incomprensión a su espíritu libre por definición, esa casa es mi casa.