Hace sesenta y seis años, civiles y militares echaron del poder a quienes hacía ya una década sojuzgaban al pueblo venezolano.
El 23 de enero de 1958 fue el culminar de una dificilísima lucha que se inició el mismo 24 de noviembre de 1948 cuando un grupo de oficiales felones derrocaron al primer presidente surgido de una votación directa, universal y secreta, en la historia republicana. Con el maestro Rómulo Gallegos cayeron las instituciones de la novel democracia y Venezuela se sumergió, otra vez, en un tiempo de opresión.
Fue una época de sacrificios.
La dictadura clausuró al Congreso nacional, los sindicatos, “disolvió¨ partidos políticos el primero Acción Democrática, cerró Universidades y medios de comunicación, arremetió contra cualquier forma de libertad, hizo de la corrupción una forma de gobernar, persiguió implacablemente a cualquiera que se le oponía, abrió campos de concentración y asesinó a decenas de hombre y mujeres.
En Guasina y Sacupana, en la cárcel de San Juan de los Morros, en los calabozos de la Seguridad Nacional, centenares purgaron su deseo de vivir libres. Encerrados en las peores condiciones, torturados muchos.
Las calles y caminos fueron testigos de asesinatos inmisericordes: Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas, Alberto Carnevalli -los tres secretarios generales del Partido del Pueblo en la clandestinidad-, Castor Nieves Ríos, Wilfrido Omaña, Manuel y Manuelito Reyes, Domingo Turmero Barrios y tantos más pagaron con su existencia su entrega por las mejores causas.
Gallegos cayó, más allá de las ambiciones de los golpistas, por las peleas entre los dirigentes de los distintos partidos políticos de la época. Las visiones diferentes se tornaron en confrontaciones fratricidas y en pocos meses debilitaron a un gobierno que hasta la fecha ha sido el más votado porcentualmente de nuestra historia reciente.
La resistencia recayó en principio en los hombres y mujeres de Acción Democrática y así fue fácil pasto de la persecución de la tiranía. Después se incorporaron los comunistas y se ganó en combatividad. La mascarada del 1952, una elección de Asamblea constituyente que culminó con la designación de Marcos Pérez Jiménez como presidente, arrojó al exilio y la clandestinidad a los líderes de COPEI y URD sumando a ambas organizaciones a lo que con la incorporación luego de distintos sectores se convirtió en un amplísimo frente que en las calles dio al traste con la tiranía.
El 23 de enero de 1958 fue el resultado de la unidad de todos los factores que aspiraban una Venezuela en libertad.
El espíritu unitario del 23 de enero no sólo facilitó la salida del régimen sino que permitió la consolidación de la democracia que nacía.
“El pueblo unido jamás será vencido” se coreaba una y otra vez.
Hoy todavía resuenan los ecos: “El pueblo unido jamás será vencido”.
Si el espíritu unitario del 23 de enero vuelve a ser constante, Venezuela será diferente.
Y no se trata de unidad de unos pocos o incluso de algunos que se creen mucho. Se trata de la unidad de todos aquellos que creemos que es posible cambiar en paz.
Venezuela puede y debe ser el mejor país del mundo. Depende de nosotros, como aquel 23 de enero, de civiles y militares, de trabajadores y empresarios, de estudiantes y profesores, de hombres y mujeres de bien. De todos nosotros.