||Ramón Guillermo Aveledo
“La fuerza que no va guiada por la prudencia, cae por su propio peso”
Horacio
La transición española, hasta el tan hispánico revisionismo de estos años, ha sido considerado en la historiografía y en la ciencia política como un ejemplo exitoso de reforma política, superando antecedentes que apuntaban al pesimismo. En un libro suyo que leo con provechoso deleite, Marina anota que los políticos de esa hora, entre quienes destacan Suárez, González, Carrillo, Fraga “comprendieron bien la situación y por eso los problemas se resolvieron de manera inteligente”. Su secreto fue poner en práctica “lo que a lo largo de la historia se ha considerado la virtud esencial dela política: la prudencia”. Nada menos que lo que Aristóteles llamaba phrónesis o sabiduría práctica, pues del filósofo en su Ética para Nicómaco, es que no hay virtud que no vaya acompañada de la razón.
De la prudencia se habla teóricamente en las escuelas de filosofía, me parece que poco en las de derecho, economía o politología, por lo pronto mucho menos de lo que se debiera. El político puede traerla de su casa, en su disposición natural o aprenderla en la experiencia de la vida, cuya pedagogía no excluye los golpes. El que no es prudente no es político o lo será por corto tiempo. La antipolítica, independientemente de su signo, es imprudente por definición. Puede decirse que es LA imprudencia convertida en práctica sistemática con fines de búsqueda o conservación del poder. Cuando el imprudente antipolítico es exitoso, lo hace a un costo enorme para la sociedad toda y tarde o temprano para él mismo o para ella misma, como en esa miniserie de sátira política Max, con una seductora, avasallante e insoportable Kate Winslet, por quien admito debilidad.
La prudencia, virtud cardinal, no trata de las verdades inmutables ni de las creaciones más o menos trascendentes, sino de la acción, de decidir qué hacer y qué no hacer, cuándo hacerlo, en situaciones reales.
El título de esta nota, Elogio de la Prudencia, lo he tomado prestado de una edición barata del manual de Baltazar Gracián que compré entre unos libros amontonados en una librería bogotana. Aquí tengo una mejor de Planeta que me regaló mi hijo el profesor hace diez cumpleaños. Sus consejos valen. Sería mezquino no compartirlos.
“Los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón” escribe el jesuita que también recomienda “No comenzar con demasiada expectación”, para no llevarse el chasco de no llegar a la altura esperada. Una antigua sabiduría enseña a tener la entereza consistente en estar siempre de parte de la razón “con tal decisión que ni la pasión del vulgo ni la fuerza de la violencia” te empujen. Lo escrito en el XVII sigue intacto, como que el juicioso y observador manda en los objetos y no los objetos en él o la invitación a evitar cualquier exceso en los humores del ánimo que son las pasiones. Más seguros son los reflexivos pues se ahorran disgustos, guiados por la prudencia que es la diosa del éxito y del contento.