Ramón Guillermo Aveledo
2023 ha sido en Barquisimeto, la ciudad donde nací, crecí y aprendí a ser venezolano, el “Año Cadenas” por declaración del Consejo Consultivo de la Ciudad de Barquisimeto, iniciativa social acogida y formalizada por el Alcalde Alfredo Ramos. Proyecto de ciudadanos decididos a no esperar el futuro para trabajar por el futuro.
Para los venezolanos, los larenses y en especial los barquisimetanos, el Premio Cervantes a nuestro poeta Rafael Cadenas, primer compatriota en recibirlo, ha sido una noticia feliz y estimulante. Feliz por lo que significa, estimulante por lo que puede significar. Significa el reconocimiento justo a un creador y su obra y puede significar un estímulo promotor en los jóvenes de la región y el país
Confluyen así dos corrientes que queremos cada vez más potentes. La corriente del pensamiento que Cadenas nos muestra y la corriente de la ciudadanía. Confluencia que aspiramos no se diluya en “la mar que es el morir” de Jorge Manrique, aquel poeta del siglo XV que estaba en nuestro pensum de Literatura de bachillerato, el mismo donde Cadenas estudió y en el cual me gradué en 1967 en la promoción que lleva su nombre, a propuesta de nuestro compañero Freddy Castillo Castellanos, quien en la vida llegaría a Rector fundador de la Universidad del Yaracuy.
Confluencia de pensamiento y ciudadanía que echa de menos nuestro poeta, en sus Reflexiones sobre la ciudad moderna, con una como irlandesa nostalgia del futuro, la literatura o la filosofía (son) inútiles en un mundo alucinado sólo por lo utilitario, un mundo en el que ocurre desde hace años un “eclipse del alma”.
Pensamiento y compromiso ciudadano los queremos convertidos en un poderoso torrente único de ciudadanía consciente, para irrigar y fertilizar nuestras responsabilidades personales y comunitarias, de las que parece sedienta la tierra.
Celoso de su libertad Cadenas evoluciona, acicateado por una creciente alergia al adocenamiento, renuencia a lo uniforme y al uniforme, se alejará del vínculo militante. Como si dijera con Bobbio que la tarea del hombre de cultura es la sembrar dudas, no la de cosechar certezas, reivindicar el derecho de la duda “contra las pretensiones del dogmatismo, por los deberes de la crítica contra las seducciones del apasionamiento, por el desarrollo de la razón contra el imperio de la fe ciega, por la veracidad de la ciencia contra los engaños de la propaganda”. Independencia que no conduce a los predios baldíos de la indiferencia.