Si bien las sanciones extranjeras pesan y reiteradamente las he denunciado, cuando en diciembre de 2014 el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley 113-278, denominada Defensa de los derechos humanos y de la sociedad civil en Venezuela, que otorgó al presidente de Estados Unidos facultades para imponerlas ya el modelo socialista venezolano hacía aguas y nuestro país presentaba el peor desempeño económico de América, marcado por la caída del PIB, la recesión, la escasez y una elevada inflación que en ese año era la tercera más elevada del mundo.
Capitalismo, neoliberalismo, son también opciones llamadas al fracaso en nuestras tierras. Signadas por la desigualdad, la inequidad, la explotación laboral, la afectación del ambiente, no son alternativa para nuestros pueblos ayunos de reivindicaciones y merecedores de una vida de bienestar.
Algunos consideran la economía social de mercado como la vía a transitar -yo mismo lo he creído así durante muchos años- que combinando elementos del capitalismo y del socialismo procura alcanzar el equilibrio entre el bienestar social y la eficiencia económica.
Hoy me inclino por la “Economía Humanista” para la Venezuela diferente que soñamos.
La economía humanista es un enfoque que coloca a las personas y su bienestar en el centro de la toma de decisiones económicas.
La economía humanista reconoce que el crecimiento económico por sí solo no es suficiente para garantizar el bienestar de las personas. Si bien el crecimiento económico puede aumentar la producción y generar riqueza, no necesariamente se traduce en una mejor calidad de vida para todos los individuos de una sociedad. La economía humanista busca abordar esta brecha al considerar no sólo los aspectos monetarios, sino también los sociales, ambientales y psicológicos del bienestar humano.
Un principio fundamental de la economía humanista es la equidad. Se busca reducir las desigualdades económicas y sociales para garantizar que todas las personas tengan acceso a oportunidades y recursos básicos. Esto implica la implementación de políticas redistributivas, como sistemas fiscales progresivos y programas de bienestar social, que buscan mejorar la igualdad de oportunidades y reducir la pobreza y la exclusión social.
Otro aspecto central de la economía humanista es la sostenibilidad. Reconoce la interdependencia entre la economía y el medio ambiente, y aboga por un desarrollo que no comprometa la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. La economía humanista promueve la adopción de prácticas empresariales sostenibles, el fomento de energías renovables, la protección de los ecosistemas y la promoción de la economía circular.
Además, la economía humanista destaca la importancia de los aspectos sociales y psicológicos del bienestar. Reconoce que el bienestar económico no es suficiente si no se acompañan de relaciones sociales saludables, acceso a servicios de salud y educación de calidad, y una buena salud mental. Por lo tanto, promueve el fortalecimiento de los sistemas de protección social, la promoción de la igualdad de género y la mejora de la calidad de vida en general.
La economía humanista también cuestiona el paradigma del crecimiento infinito y el consumo desenfrenado. En lugar de buscar el máximo crecimiento económico, propone una revaluación de los objetivos económicos y una transición hacia modelos de desarrollo que pongan énfasis en la calidad de vida, la felicidad y la sostenibilidad.
En términos de beneficios, la economía humanista ofrece una visión más integral y equilibrada del desarrollo. Al considerar los aspectos sociales, ambientales y psicológicos del bienestar, busca abordar las desigualdades y promover una sociedad más justa y sostenible. Además, la economía humanista fomenta la un decisiones económicas.
Mucho hablaremos de y promoveremos a la economía humanista en los tiempos por venir.