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lunes 9, septiembre 2024

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La peculiar escuela en el cráter de un volcán en Colombia

EFE

La asignatura favorita de Kevin, Stiven y Nicole, de 6, 8 y 9 años, son las matemáticas, que estudian en una escuela remota en el centro de Colombia en la que hay matriculados 5 alumnos y que tiene una peculiaridad: está ubicada en el cráter de un volcán.

Aunque admiten que les da susto una posible erupción, especialmente después de haber sentido un par de temblores «duros», su vida gira alrededor del volcán Cerro Machín, ubicado en el departamento del Tolima, en el centro de Colombia, y para ellos es una montaña más.

De hecho, la última vez que el Machín hizo erupción fue hace 800 años, y desde entonces la vegetación ha crecido hasta cubrir esta formación, que pasa desapercibida entre montañas incluso más altas. No obstante, aunque su apariencia no sea arquetípica, es uno de los volcanes más peligrosos del país, según el Servicio Geológico Colombiano (SGC).

Tras 40 minutos de camino ascendiendo la ladera del volcán, que usualmente hacen en las motos de sus padres o en caballos, estos tres niños suben a la Institución Educativa Técnica Tapias sede La Cabaña cada día y un gran cartel les da la bienvenida a otra jornada educativa, además de un parque, con información sobre el Machín, «uno de los volcanes con mayor probabilidad de riesgo».

Incluye la información de evacuación en caso de explosión y una reflexión: «Los niños de esta escuela narran de forma cotidiana que son conscientes del riesgo que podría ocasionar la erupción de este volcán, mas no cuentan con las posibilidad de ir a otro lugar debido a sus necesidades socioeconómicas. Esto no es impedimento para que ellos quieran ir todos los días a la escuela a aprender».

Yurani Muriel hace un mes que llegó a esta escuela, donde enseña y vive: «La vida es muy tranquila, acá la cotidianidad son los campesinos y su ganadería, ordeñando sus vacas, pasando por la leche»,  para admitir que tuvo que repasar las lecciones de geografía del lugar y aprender las particularidades del volcán.

«Yo sigo la página del SGC, estoy muy atenta al reporte semanal y a las modificaciones en el volcán, que eso es lo que nos da a nosotros un punto de orientación» en caso de necesitar «activar los mecanismos que hay disponibles», agrega la profesora, quien a la vez ejerce de orientadora turística, ya que hasta la escuela llegan turistas curiosos por el volcán e incluso duermen en las inmediaciones.

En la clase, al lado de la pizarra, están colgados unos dibujos educativos sobre los volcanes extintos, dormidos y activos que también se encuentran en los cuadernos de los alumnos. Todo para que, cuando haga erupción, tengan toda la información disponible y puedan salvar sus vidas.

Don Genaro y el volcán

El volcán, explica la profesora, tiene dos domos. El primero, el principal, es en el que está la escuela, y un segundo que ocupa don Genaro y su familia desde hace más de 40 años, rodeados de vacas, pasto y palmas de cera en una imagen que parecería idílica de no estar en el centro de un explosivo volcán.

«A veces se oye que se mueve, se siente mover la tierra, se siente que ruge como alguito», cuenta Genaro, que a pesar de que el Gobierno colombiano compró los predios más cercanos al cráter, a 2.750 metros de altura, sigue sin querer abandonar la zona en la que siempre ha vivido y no ha podido vender su finca por inconsistencias en las escrituras. «Es el trabajo de toda mi vida», insiste.

El campesino es consciente del riesgo y admite que «hay que tenerle miedo porque es cosa de la naturaleza», pero mientras no haya indicios de erupción sigue vendiendo su queso y aguapanela -una bebida tradicional colombiana- viendo como sus hijos y nietos hacer carreras de caballos en la vasta explanada.

En su finca se encuentra una estación de monitoreo del SGC que sirve para controlar remotamente la actividad del volcán; algo de lo que se enorgullece y destaca su papel cuidando del material tecnológico que allá reposa.

«Es importante colaborar con el SGC y con el monitoreo del volcán (…) Estar pendiente siempre para que nunca nos vaya a suceder nada», concluye Genaro.

La vida de los habitantes de la aldea Toche y de media docena de localidades más ha aprendido a vivir con el volcán, siguiendo su vida con naturalidad esperando que este atípico volcán siga durmiendo.

 

 

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