Apostemos todo por la paz, erradicando cualquier forma de violencia incluidas la institucional y la virtual en la que algunos son extraordinariamente “eficientes
Preocupa que en los últimos días se han desbordado las pasiones y si bien aún no se llega a la confrontación física los signos de escalamiento son demasiados evidentes: aún estamos a tiempo de detenernos.
No es cierto que el pueblo venezolano es un pueblo pacifico. En la guerra de independencia murió cerca de un cuarto de la población y en la federal se afirma que un tercio. Miles perecieron en las casi cien revoluciones e insurrecciones que por el poder de una república empobrecida se sucedieron tras la disolución de la Gran Colombia y hasta las postrimerías de la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando la fallida invasión del Falke, en 1929. El nativo de La Mulera aplastó sucesivas revueltas y Venezuela vivió un inusual largo período de paz aunque a mi abuela le oí decir “paz en los cementerios” dados los muchos que fueron asesinados, amén de los encarcelados, torturados, exiliados, por oponerse a la dictadura.
Según Roberto Briceño León, del Observatorio Venezolano de la Violencia, en conferencia en la UCAB tiempo atrás, en las últimas tres décadas más de trescientos mil venezolanos ha muerto en hechos violentos.
Nadie discute la magnitud de la crisis recurrente que azota a todos: a la mano de un modelo de gestión política-administrativa fracasado y las sanciones extranjeras se incubó una de las mayores tragedias en la historia reciente de la humanidad, porque lo nuestro es una tragedia.
Venezuela que reúne todas las condiciones para ser, sino el mejor, de los mejores países del mundo, retrocedió vertiginosamente en los últimos años ubicándose a la cola del planeta en cualquier indicador. Los sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones más bajos con un monto menor a los cuatro dólares americanos mensuales para el salario mínimo y los pensionados y jubilados, con millones que se ha marchado buena parte de ellos en riesgosa travesía por selvas, desiertos, paramos y mares, precios de locura, empresas cerradas, campos abandonados, infraestructuras derruidas, servicios públicos fallidos.
Avancemos en la mayor unidad posible y otra vez en paz hacia una democracia que no lo sea de nombre sino que garantice que todos vivamos dignamente, bajo la premisa del bien común, con especial atención a los desposeídos. Una democracia en la que ningún niño se acueste con hambre, que ninguna madre sufra la ausencia del hijo, en la cual la pobreza quedé atrás y la prosperidad sea generalizada.
Parafraseando a Juan Pablo II vamos a comprometernos todos “en la búsqueda sincera por la verdadera paz; para que se eliminen todas las disputas, para que la caridad supere el odio, para que el perdón venza el deseo de venganza”-
Si fuese así, Venezuela será diferente.