|| Ramón Guillermo Aveledo
Los venezolanos hemos repudiado siempre las agresiones. Amantes de la paz y naturalmente defensores de la soberanía de los pueblos, nos indignan las invasiones. La muerte de civiles inocentes agrava el cuadro y acentúa el rechazo. Sea donde sea.
Podía ser Estados Unidos nuestro cliente petrolero y aliado político, pero eso no impidió al Presidente Raúl Leoni condenar en términos enérgicos la invasión a Santo Domingo. No midió conveniencias el Presidente Herrera Campíns cuando, no obstante las afinidades con la democracia británica y las radicales diferencias con la dictadura militar argentina, expresó en nombre del país su solidaridad con la nación sudamericana en el caso de Malvinas. En uno y otro caso, los principios privaron sobre cualquier cálculo. En ambos casos, los venezolanos estuvimos del lado de la protesta de nuestros gobernantes. Recuerdo que mi padre me contaba la repulsa popular a la invasión de Mussolini a Abisinia o al bombardeo de Guernica por la Luftwaffe en la Guerra Civil española.
Pero acaso el mayor simbolismo de todos lo tenga la reacción espontánea a la masacre de Lídice, la ciudad checa arrasada por los nazis en 1942 en hitleriana venganza por la muerte del “protector” de Bohemia y Moravia a manos de guerrilleros de la resistencia a la ocupación. Aquí, en Catia, un barrio se bautizó con el nombre de aquella población remota y hasta entonces desconocida, para mostrar su solidaridad con el agredido y su condena al agresor.
No había entonces las facilidades de comunicación de hoy, cuando podemos ver en televisión y en cualquier celular por las redes sociales, las estremecedoras escenas que deja a su paso la invasión a Ucrania ordenada por Putin. Niños, ancianos y mujeres muertos o mutilados por la metralla. Hospitales, guarderías, edificios de vivienda bombardeados sin misericordia.
Duele que en nombre de una nación como Rusia cuyo pueblo ha sufrido invasiones injustificables, se protagonice una incursión en suelo de otro estado con estas características. He leído del nacionalismo ruso y del paneslavismo, pero aunque no sea gritón y teatral, no puedo evitar advertir el parentesco de los argumentos del jefe del Kremlin con los del Führer para invadir Polonia o Checoeslovaquia. Así se acercan aquel Lídice y esta Mariúpol, aquel pueblo checo y este pueblo ucraniano.
Entonces, ahora y siempre, los venezolanos hemos estado por la paz contra la agresión. El pueblo y se espera que sus representantes.