En un desierto al borde del Pacífico, una patrulla nocturna en la frontera chilena con Perú se topa con los dos flujos migratorios que estremecen a América Latina: haitianos que abortaron su viaje a Estados Unidos y dan vuelta atrás, y venezolanos que ruegan por entrar a Chile.
La frustración de los haitianos que retornan a Chile contrasta con la ilusión de los venezolanos que buscan tomar un bus que los lleve 2.000 km al sur, hasta la capital chilena.
«Tenemos nuestra residencia y nuestro hijo es chileno, estoy regresando para retomar mi trabajo», dice Isaiah, un joven haitiano. Él y su esposa, con un bebé dormido en sus brazos, acaban de bajar de la camioneta de Carabineros de Chile en el complejo fronterizo de Chacalluta. Fueron sorprendidos cuando ingresaban a Chile a pie por un paso no habilitado cerca de la playa.
«Venimos de Lima de visitar a la madre de ella», afirma Isaiah. Asegura que salió de Chile caminando hace 12 días, algo imposible por vía regular a raíz del cierre fronterizo por la pandemia desde marzo de 2020.
Con información de EN